Hoy, en Hermanas Hospitalarias, recordamos con gratitud a la Venerable María Josefa Recio, una de las fundadoras de nuestra congregación. Su vida fue un testimonio ejemplar de entrega, compasión y hospitalidad hacia los más vulnerables. Junto con San Benito Menni y María Angustias Giménez, María Josefa plantó la semilla de lo que hoy es una obra de servicio dedicada al cuidado integral de quienes sufren enfermedades mentales y físicas.
Desde muy joven, María Josefa se sintió llamada a dedicar su vida al servicio de los demás. Con un corazón sensible y una fe inquebrantable, impulsó la creación de un espacio donde las enfermas y marginadas no solo fueran tratadas, sino también acogidas con amor, respeto y dignidad. Su vocación no fue solo la de servir como cuidadora, sino enseñar a las demás hermanas a ser “verdaderas madres” para cada paciente. Bajo su liderazgo, la hospitalidad no era un mero deber, sino un acto de amor transformador.
María Josefa falleció el 30 de octubre de 1883, pero dejó un legado que continúa vivo en cada una de las hermanas y colaboradores de la congregación. En su testamento, nos dejó unas palabras que hoy resuenan en nuestros corazones:
“Ánimo, hijas mías, ánimo, desde el cielo rogaré por todas, y digan a las que vengan que a todas las quiero lo mismo, tanto a la primera como la última que está por venir a esta Congregación.”
Estas palabras son un recordatorio de que el amor, la entrega y la hospitalidad no tienen límites ni fronteras. María Josefa nos inspira cada día a ser instrumentos de esperanza y a cuidar de cada persona con el mismo amor que ella entregó en vida.
En su memoria, renovamos nuestro compromiso con la misión de Hermanas Hospitalarias: ofrecer atención integral a quienes más lo necesitan, asegurando que cada gesto de cuidado sea un acto de amor y hospitalidad.