MARÍA HOSPITALARIA – ¡FUNDAMENTO, MODELO Y GUÍA!

Sabemos cuán decisiva es la intervención de María en la historia de la salvación. El destino de la humanidad estaba en sus manos. En su «sí» al plan divino se concentraron pasado, presente y futuro. No es irrazonable considerar todo lo implicado en el «sí» de María como un gesto fundacional de hospitalidad.

El Verbo de Dios se encarna en María. Ella lo recibe con amor, lo acoge con amor, y con gran amor comparte con él su carne y es su sangre la que corre por las venas del Dios que allí toma forma humana como Niño. Su «sí» es amor, es hospitalidad. 

Thomas Merton dice que «Nadie contuvo más plenamente la luz de Dios que María, que, por la perfección de su pureza y de su humildad, se identificó completamente, podríamos decir, con la verdad, como un cristal claro que desaparece en la luz que lo atraviesa.» (THOMAS MERTON, Seasons of Celebration) Su entrega es hospitalidad. Y una hospitalidad que no terminó con la concepción y el parto, sino que duró toda su vida, que, durante unos 33 años, transcurrió muy cerca de su hijo Jesús. ¿Quién más estuvo cerca del Señor? ¿Y quién cuidó del Hijo de Dios más que María?

San Juan Pablo II, el difunto Papa tan devoto de María, expresó bellamente esta dedicación maternal, diciendo: «Nadie se ha dedicado a contemplar el rostro de Cristo con la misma constancia que María». Y subraya, en breve, las muchas miradas de María a Jesús: una mirada del corazón en la Anunciación y una mirada de ternura en el nacimiento; una mirada interrogante cuando encontró a Jesús en el Templo y una mirada penetrante e íntima en las bodas de Canaán; una mirada dolorida cuando vio a su hijo en la Cruz y una mirada radiante en la mañana de Pascua. Y, finalmente, una mirada abrasada por la fuerza del Espíritu el día de Pentecostés (San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 10). Estas miradas revelan una vida dedicada al amor de su hijo. Una dedicación que no se limitó a amar sólo a su Hijo, sino a todos los hijos que él le confió.

Es en esta mirada de comunión con su Hijo Jesús, particularmente presente en los más frágiles, «sus imágenes vivas», que María bajo la advocación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús (NSSCJ) acompaña el proyecto fundacional de nuestra Congregación. Es a Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús a quien María Josefa Recio y María Angustias Giménez se dirigen e invocan en la búsqueda inquieta de una dirección en sus vidas y en la constatación de las incertidumbres y dificultades que Benito Menni les plantea cuando están dispuestas a colaborar con él en la creación de algo nuevo. Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús es para las dos Granadinas y también para Benito Menni la mediadora de todas las gracias, y los tres se ponen bajo su protección y mediación para resolver la situación de fundación.

Podemos decir que María está en la gestación de la Fundación – en la etapa de soñar, buscar, cuestionar, discernir la voluntad de Dios y en todo su proceso de crecimiento. María Angustias le atribuye incluso el papel de promotora vocacional. Ella nos dice: «Sin conocer la sublime dignidad a que la Virgen nos iba a elevar, y haciendo algunos de nosotros planes distintos de los que la Virgen tenía para nosotros, he aquí que esta emperatriz del cielo tiene especial cuidado en escoger a quienes ha destinado para formar este numeroso ejército de personas que, abstraídas de todo lo que acontece, solo presumirán de ser fieles esposas de Jesús e hijas de la Reina de su Corazón amoroso.» (RMA p.141) 

Para María Angustias, la fundación de la Congregación es obra de la Santísima Virgen. Ella desarrolla este tema a lo largo de su narrativa, particularmente en los capítulos V, VI y VII de la Sección II, concluyendo en el primer capítulo de la siguiente manera:

«Me explicaré: Cuando la Santísima Virgen quiso ser nuestra divina maestra, planeó que desde el principio fuera ella misma la que pusiera los primeros cimientos o la piedra angular de tan elevado edificio. Por eso, puesto que esta celestial Señora se reservó para sí la dirección de su amada institución, el resultado de esta obra divina no puede ser estéril. Al contrario, sus efectos fueron fecundos. Siendo nuestra amada Madre del Corazón de Jesús la criatura más sabia y humilde del universo, quiso ella misma dar a sus hijas sublimes lecciones de perfección religiosa, para que sirvieran de especial distinción entre nosotras y las demás instituciones.» (RMA p. 139)

En los capítulos VI y VII, María Angustias presenta a María como Maestra, situando la primera lección en la importancia de la unidad de vida – «Cuán esencial es que en una comunidad de principios sólidos la oración y la acción vayan juntas» (Id. p. 140). En el capítulo siguiente, la enseñanza continúa: «… la Virgen nos enseña que así como Ella, como Reina del Cielo, se ha ocupado de buscar jóvenes para formar este nuevo ejército, así también desea ardientemente que estas amadas hijas suyas sean tan activas que sólo quieran sacrificarse para, como madres solícitas, atender a los pobres enfermos que la providencia nos ha confiado». (Id. p. 142)

En la carta 145, S. Benito Menni, haciendo varios comentarios sobre el espíritu que le anima y que espera que anime también a todos los que participan en la dinámica de la Congregación, subraya que Jesús quiere servirse de nuestra «humilde docilidad para hacer un bien inmenso… para hacer y realizar -él con su mano poderosa- a través de nosotros cosas maravillosas para el bien de las almas», y si nos abandonamos a la voluntad de Dios y «no dejamos que se enfríe nuestro corazón». Subraya que este espíritu se compone de abnegación, humildad, silencio, recogimiento y caridad sin límites.

«Que éste sea el espíritu que reine siempre en esta querida Congregación mía. Esta es en verdad, hija mía, la voluntad de vuestra querida Fundadora, la Reina del Cielo, porque, hijas mías, por su voluntad se hizo la fundación y por su encargo os transmito este espíritu.»

Creemos que es importante profundizar en este tema, ya que puede ser una fuerza brillante en la etapa hospitalaria que estamos viviendo.

Sor Isabel Morgado e Paulo Paiva

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