Buenos días. 

La escena es conocida. Le presentan a Jesús un hombre sordo que, como consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Solo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares ni vecinos, tampoco conversar con sus amigos. Además, le es imposible escuchar las parábolas de Jesús o entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.

Jesús lo toma consigo y se concentra en esa enfermedad que le impide vivir plenamente. Introduce los dedos en sus oídos, intentando romper la barrera que le aísla del mundo. Con su saliva humedece su lengua paralizada, buscando darle fluidez a su palabra. No es fácil. El hombre no colabora, pero Jesús no se rinde. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios, y luego grita: «¡Ábrete!».

El hombre sale de su aislamiento y, por primera vez, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando libremente. La gente queda admirada. Jesús lo ha hecho todo bien, como el Creador: «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Con música sabe mejor

 

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