Buenos días.
La fiesta del Corpus, Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, ha arraigado hondamente en el pueblo cristiano, desde que nació en el siglo XIII.
Es una celebración que nos hace centrar nuestra atención agradecida en la Eucaristía como sacramento en el que Cristo Jesús ha pensado dársenos como alimento para el camino, haciéndonos comulgar con su propia Persona, con su Cuerpo y Sangre, bajo la forma del pan y del vino.
En esta fiesta no nos fijamos tanto en la celebración de la Eucaristía, aunque la organicemos con particular festividad, sino en su prolongación, en la presencia permanente en medio de nosotros del Señor Eucarístico, como alimento disponible para los enfermos y como signo sacramental continuado de su presencia en nuestras vidas.
Las lecturas de la liturgia guardan relación con la festividad que celebramos. El salmo responsorial alude al pasaje del libro del Génesis leído en la primera lectura y expresa la esperanza en la llegada de un rey mesías consagrado a Dios. Pero son la segunda lectura y el pasaje evangélico los textos que más inciden en la fiesta de: El Cuerpo y Sangre de Cristo. Pablo recuerda una tradición fielmente guardada y enseñada, que debe mantener la comunidad cristiana de Corinto. Y en el Evangelio de Lucas se ha preferido recordar la escena de la multiplicación de los panes, que era como una promesa y figura de lo que iba a ser la Eucaristía para la comunidad cristiana.