En el marco de su Profesión Perpetua, la Hna. María Hong, de la Viceprovincia de Vietnam, nos comparte cómo su tiempo de formación en el juniorado internacional ha sido una escuela de amor y sencillez.
En un ambiente comunitario intercultural, ha aprendido a acoger, servir y madurar en su vocación, encontrando en los pequeños gestos cotidianos la fuerza y la belleza de la vida consagrada. Os compartimos parte de su testimonio hospitalario:
Buenos días. Soy María Hong, soy de la Viceprovincia de Vietnam.
Quiero compartir con vosotros un poco de mi experiencia de formación en el juniorado internacional. Ha sido una experiencia de vida comunitaria como un lugar donde aprendo a amar, a acoger y a madurar cada día, y a servir de manera sencilla y entregada a los que sufren.
Cada día, siento que el Señor me enseña algo nuevo a través de mis hermanas. No siempre es fácil, pero en medio de nuestras diferencias, aprendo a abrir el corazón, a ser más auténtica, y a amar no tanto desde la emoción, sino desde una decisión concreta cada día.
Cada hermana tiene su propia historia y cultura, pero compartimos una misma vocación. Rezamos, trabajamos, y caminamos juntas — tanto en los momentos de alegría como en los de dificultad. En esas cosas tan cotidianas, he aprendido algo muy valioso: el amor verdadero no está en las grandes obras, sino en la paciencia, la humildad y la fidelidad de cada día. Me siento feliz porque soy acogida y acompañada por amor de Dios y el de las hermanas.
Mi misión no es hacer cosas grandes ni destacar. Se trata simplemente de estar para los demás: escuchar, visitar, cuidar a los enfermos, y hacer pequeñas tareas en la comunidad. A veces, basta una sonrisa, una comida preparada a tiempo, o unos minutos sentada al lado de alguien que sufre. Pero si se hace con amor, creo que esos pequeños gestos pueden ser un testimonio vivo.
Junto con la misión, también recibo formación continua a través de clases, momentos de compartir y acompañamiento espiritual. Los temas que estudiamos me ayudan no sólo a comprender con la mente, sino a sentir con el corazón. No es sólo conocimiento, sino luz que me hace crecer en mi vocación, vivir con más verdad y encontrar alegría profunda en la vida consagrada.
El Sagrado Corazón de Jesús es mi fuente de fortaleza cada día. Él me enseña a ser suave, humilde, y al mismo tiempo valiente para salir de mí misma y acercarme al prójimo. Agradezco al Señor por haberme llamado a esta vida — no porque sea fácil, sino porque es verdadera, sencilla y muy cercana a su Corazón.
Que el Sagrado Corazón de Jesús nos sostenga a cada uno de nosotros, para que, donde estemos, vivamos con un solo corazón capaz de amar.