Mi experiencia en Guinea Ecuatorial con las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús ha sido un tiempo para dar y recibir, para mí y para los demás, un tiempo de ver y aprender.

Son muchos los sentimientos y emociones vividas.  Alegrías, tristezas, sonrisas, lágrimas, ternura, empatía, cariño, dolor, indignación, ESPERANZA…

Esta vivencia comenzó con una alegría e ilusión desbordantes antes de iniciar el viaje no exenta a la vez de cierta inquietud. La falta de expectativas me preocupaba y a la vez me hacía pensar que todo iba a ser para aprender. La impaciencia, inquietud, dudas e inseguridades que en el proceso de preparación me invadían dieron paso a la ilusión y al entusiasmo.

Compartí viaje rumbo a Bata con Sor Alejandra, lo cual me dio mucha tranquilidad y en la demora del vuelo fui consciente de una paciencia que me estaba preparando para ir a un país en el que todo es más lento. Allí nos dieron su cálida bienvenida Sonsoles y Mª Luz y de camino a casa hice el primer comentario que provocó la lógica risa de todas: “¡cóncholes, si la ciudad está llena de farolas pero no hay ni una encendida!”. Un buen comienzo.

La estancia en Bata durante una semana supuso para mí una adaptación al lugar, al calor húmedo y sofocante, conocer un poco la ciudad, los contrastes que hieren entre un hermoso paseo marítimo por el que nadie pasea y a escasos metros casas amontonadas en zonas de tierra con basura por cualquier lado y a falta de luz y agua. Las sonrisas de los niños, sus ojos despiertos y vivarachos, mujeres vendiendo los productos típicos en una mesa de apenas un metro cuadrado al lado de las carreteras de tierra, abuelas cuidando de una prole de nietos y los más mayores a su vez cuidando de los más pequeños, hombres a la sombra del abaha (casa de la palabra) o “tomando” en un bar.

Me contaban las Hermanas que hay un alto índice de alcoholismo en Guinea Ecuatorial y ningún centro de rehabilitación. Muchos de estos enfermos son atendidos en este “Centro de Salud Mental Benito Menni” que acaban de poner en marcha en Bata y me emociono al pensar que las personas puedan tener un servicio en este importante y necesario área de salud.

Transcurrida una semana también para convivir, compartir e intercambiar ideas con las Hermanas me dirigí a Ebebiyin donde iba a colaborar como auxiliar de enfermería en el Centro de Salud Angokong. Me recibieron Francisca, Puri y Mª Luz. El entorno del centro con las diferentes especies de árboles, plantas y flores es el ideal para acoger a las personas. Mi primer día estuvo lleno de emociones intensas, desde la alegría, la ilusión y a la vez nerviosismo de aprender todo rápido y atender a las personas, al dolor.  Aquí es donde se ve la cara de la enfermedad. El paludismo sobre todo en niños y mujeres, las enfermedades mentales, de la piel, VIH y otras enfermedades de transmisión sexual forman parte de la vida de los Guineanos. Me ha asombrado la gran fortaleza de estas personas, su capacidad de aceptación y serenidad ante la enfermedad y me ha causado una gran satisfacción cómo pacientes aquejados de epilepsia cuentan que desde que toman la medicación no tienen crisis, lo que conlleva ir dando pasos en la eliminación  de esas creencias producto de la brujería, tan arraigadas en África.

Durante todo este tiempo he tenido la oportunidad de conocer un poco el entorno de Ebebiyin, cómo viven sus gentes, los servicios que tienen y me he dado cuenta de que se van dando pequeños pasos en su desarrollo y es que, aunque de manera restringida, el agua y la luz llegan a la ciudad o personas con alguna discapacidad tienen una pequeña ayuda. Pero también me indigna, teniendo en cuenta que Guinea es un país con recursos, que la población no tenga una gratuidad en la medicación para el paludismo o que el hospital público en el que se paga por todo esté en unas condiciones insalubres, que las personas mayores y solas no tengan una cobertura social estando a merced del destino o de algún alma caritativa, que los precios de los productos básicos estén muy por encima del nivel de la mayoría de la población y los no básicos ni te cuento. Ante todo esto que he visto y más que me cuentan me dan ganas de gritar y lo que me serena  es el pensamiento de una frase que  me regalaron en el momento oportuno: “El grito lo damos en silencio cada día con nuestra labor”.

Una labor que continúan las Hermanas también fuera del centro con programas de Educación para la Salud, realizando tareas de concienciación sobre todo con respecto a las ETS,  programa de apadrinamiento a través del cual niños en condiciones desfavorables son atendidos en todos los ámbitos mejorando su calidad de vida y programa de alimentos en el que reparten comida mensualmente a las personas más necesitadas. ¡Y qué orgullosa me siento de ser un ínfimo grano de arena…!

Esta experiencia también me ha permitido conocer personas y vivir momentos especiales como la fiesta que se le hizo a Águeda por sus votos perpetuos como religiosa y en la que todo era alegría. La sonrisa que me regaló Francisco (un niño con discapacidad) y el inmenso Amor que vi en sus ojos,  la Generosidad, el Amor y su “sentir a JESÚS” de Angelina, enferma mental o no tanto, que me tocó tanto el corazón, las Hermanas por su hacerme sentir cómoda y tantos otros detalles…

Todo ello ha supuesto para mí un enriquecimiento personal y mirando ya desde mi realidad me doy cuenta de que  he aprendido a ser más paciente, a ver más al de al lado, relativizar los problemas y ser más consciente de esas pequeñas cosas que me regala la vida cada día.

Por todo ello doy GRACIAS.

Y GRACIAS a las personas que me han dado la oportunidad de vivir esta experiencia, de manera especial aquellas con las que la he compartido y cuantas me han prestado su ánimo y apoyo.

Milagros Rocandio

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