Antes o después todo ser humando se va a enfrentar a la muerte. A menudo asociamos el final de vida con el cáncer, suponiendo que a todos los pacientes a los que brindaremos esta atención sufren de esta enfermedad. No obstante, no tenemos en cuenta que la situación demográfica actual nos refleja la existencia de un envejecimiento poblacional siendo nuestro país uno de los más envejecidos.
Esto ha provocado también un cambio a nivel epidemiológico, con un aumento significativo de las enfermedades de curso crónico, relacionadas directamente con la edad, y las complicaciones surgidas de éstas.
Lo cual nos plantea la siguiente cuestión: ¿Qué es enfermedad y qué es envejecimiento? El envejecimiento es una disminución de la capacidad del organismo a adaptarse a situaciones de estrés. Lo cual provoca que la respuesta ante la enfermedad sea distinta y también las manifestaciones de la misma.
Además, hay que tener en cuenta que los pacientes ancianos presentan una comorbilidad alta con lo que los síntomas se pueden solapar a las causas creando mayor incertidumbre.
Todo lo descrito anteriormente nos hace plantear los cuidados al final de vida a estos pacientes de forma diferentes, ya que presentan algunas peculiaridades a la hora del abordaje:
La decisión más importante a tomar es establecer la renuncia razonable al tratamiento curativo específico. El famoso “hasta dónde llegamos con el tratamiento”. Los pacientes con enfermedades no oncológicas presentan una evolución lenta y la renuncia al tratamiento específico resulta más difícil ya que el paciente y su familia no tienen habitualmente la misma percepción de la gravedad que como pasaría con las enfermedades oncológicas. Establecer un pronóstico es más difícil y el riesgo de error es elevado.
En estos pacientes no existe un punto definido a partir del cual solamente se brindan cuidados paliativos, sino que se realiza un continuum asistencial encarado al final de vida. El final de la vida y el proceso que nos lleva a él es un momento de incertidumbre, tristeza, estrés, agobio… una infinidad de sentimientos que nos remueven, aturden y pueden resultar muy difíciles de gestionar tanto para el enfermo como para sus familiares.
Para responder a las múltiples necesidades del enfermo que irán surgiendo a lo largo del proceso, es necesario una estrategia de carácter multidisciplinar, donde cada uno de los miembros del equipo pueda asesorar y acompañar de forma óptima.
El abordaje debe ser holístico, es decir, “un cuidado en equipo, con médicos, enfermeras, trabajadoras sociales, psicólogos… y en el centro del equipo estarán siempre el paciente y su familia, como una unidad, un todo”.
Debemos prestar especial atención a todas sus necesidades ya sean espirituales, físicas, emocionales o farmacológicas, tener todos los conocimientos y habilidades para abordar y saber cuidar tanto del paciente como de la familia para proporcionar así una atención de máxima calidad al final de la vida.
El final de la vida
Cuando se está cuidando a un familiar o un amigo que se acerca al final de la vida, se debe aprender qué esperar, como mejorar el manejo en casa, que hacer si hay una crisis de dolor o de ahogo, si ya no puede levantarse de la cama, no puede comer o beber o pasa la mayor parte del día durmiendo. Por este motivo los familiares desempeñan un papel clave en el cuidado del paciente y debemos acercarnos a ellos y tener claro hasta qué punto se pueden y quieren involucrar en esta tarea: hay que anticipar futuras necesidades, como una silla de ruedas para el momento en el que el enfermo no pueda andar, caminadores cuando necesite una ayuda parcial, colchones antiescaras para cuando esté encamado… etc. Proporcionarles conocimientos, valor y estrategias para resolver todas aquellas dificultades que se vayan presentando a lo largo del proceso.
Los últimos días de vida deben ser una etapa cuyo objetivo es obtener paz, alivio, calidad de vida y calidad en el proceso de morir: percibir una situación de ausencia de malestar físico y alivio del malestar psicológico y emocional, lo cual repercutirá positivamente en la condición espiritual del enfermo, familia y el cuidador/es principal.
Es importante que la familia se dé cuenta de que la “no comunicación” no existe, porque cuando no hablamos con el enfermo de su enfermedad, le estamos dando mucha información: a través del llanto a escondidas, la cara de preocupación o sufrimiento de la familia, los gestos no controlados, el cambio que observa en el modo de comunicarse todos con él, en el miedo que muestran a sus preguntas, el observar que no se cuenta con él para el futuro, etc.