El 11 de octubre, comienza el Año de la Fe convocado por Benedicto XVI para conmemorar el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Gran Concilio aquel que convocó el Papa Juan XXIII, un papa elegido como pura transición y que dio a la Iglesia la gran sorpresa de convocar un Concilio, y que fue continuado y clausurado por el Papa Pablo VI.
La renovación de la Iglesia pasa a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes. En esta perspectiva, el Año de la Fe es una invitación a una auténtica y renovada revisión de nuestra vida. Como dice el evangelista Mateo «No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta». La fe sólo crece y se fortalece creyendo, y el creer cristiano lleva implícito actuar, porque la fe implica un testimonio y compromiso público. Los cristianos no podemos pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige la responsabilidad social de lo que se cree.
Finalmente, no podemos olvidar a tantas personas en nuestro contexto cultural que, aun no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia.