Con la celebración de este domingo (trigésimo tercero), nos aproximamos al final del año litúrgico, que culminará con la solemnidad de Cristo Rey. Y el año resume simbólicamente el tiempo de la historia que media entre la Ascensión del Señor y su segunda venida gloriosa al final de los tiempos: tiempo determinado pero que desconocemos.
Los cristianos debemos estar vigilantes en espera de la venida del Señor, al final de nuestra existencia; espera que debe orientarla hacia la patria definitiva del Cielo. Y en ese momento es cuando tendremos que dar cuenta de los dones, de las gracias, de los talentos que Él nos ha dado, y de cómo los hemos usado, en qué medida los hemos hecho fructificar.
La primera lectura, (Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31), anima al trabajo y a la perseverancia a aquellos a quienes el Señor ha confiado talentos para el bien de la comunidad humana y eclesial.
San Pablo, en la 1ª a los cristianos de Tesalónica, es muy claro en su advertencia: nuestra vida debe ser un caminar hacia el encuentro definitivo con Cristo, vigilantes y atentos a su venida.
Jesús en el Evangelio (Mateo 25, 14-30) nos expresa cómo se nos pedirá cuentas de los talentos que hemos recibido de Dios y cómo de ello depende nuestra vida eterna.
Celebramos además en este penúltimo domingo del año litúrgico, la VII Jornada Mundial de los Pobres, establecida para dicho domingo por el papa Francisco en 2017. La Jornada Mundial de los Pobres, signo fecundo de la misericordia del Padre, llega por séptima vez para apoyar el camino de nuestras comunidades. Es una cita que la Iglesia va arraigando poco a poco en su pastoral, para descubrir cada vez más el contenido central del Evangelio. Cada día nos comprometemos a acoger a los pobres, pero esto no basta. Un río de pobreza atraviesa nuestras ciudades y se hace cada vez más grande hasta desbordarse; ese río parece arrastrarnos, tanto que el grito de nuestros hermanos y hermanas que piden ayuda, apoyo y solidaridad se hace cada vez más fuerte.
El lema «No apartes tu rostro del pobre» (Tb 4,7), nos ayuda a captar la esencia de nuestro testimonio. El Libro de Tobías, un texto poco conocido del Antiguo Testamento, nos permitirá adentrarnos mejor en lo que el autor sagrado desea transmitir. Un padre, Tobit, despide a su hijo Tobías, que está a punto de emprender un largo e incierto viaje y le deja su “testamento espiritual”.