Jesús nos va a plantear este domingo la radicalidad del perdón. Los cristianos, como miembros de la Iglesia nacida del perdón y la reconciliación de Dios, por medio de su Hijo, nos sabemos ya perdonados. A la vez, como comunidad formada por personas, somos pecadoras y estamos necesitadas de perdón. Pero no pedimos pedir perdón a Dios y sentirnos perdonados, si nosotros no hacemos lo mismo con nuestros hermanos.
En la Primera Lectura (del libro del Eclesiástico), las palabras del sabio nos invitan a reflexionar sobre cómo actuamos ante el mal que nos hacen los demás. Dios, que siempre perdona, debe ser nuestro modelo.
En la carta del apóstol San Pablo a los Romanos, acabamos el último fragmento, que durante muchos domingos hemos venido leyendo. En ella nos aconseja que nadie vaya por su cuenta. Que todos caminemos juntos, pues en la vida y en la muerte, somos del Señor.
Jesús en el Evangelio (según San Mateo) nos aclara las dudas que tenemos sobre cómo hemos de comportarnos en el terrenos del perdón. Nosotros, a pesar de nuestro orgullo en reconocer la propia culpa, por la educación recibida, nos resulta más fácil ser perdonados que otorgar nuestro perdón.