Hoy, Sábado Santo, la Iglesia se sumerge en un profundo duelo, recordando la Pasión y Muerte del Señor. 

El comienzo de esta jornada está marcado por un espíritu de duelo. Momento de espera, donde recordamos que Jesús fue colocado en el sepulcro y después descendió a los infiernos, para rescatar a todos de una muerte, que no tiene la última palabra.

Pero en estos momentos, ni los discípulos en el sepulcro, ni nosotros en nuestras realidades, nos encontramos solos. La Madre de Dios, María, acompaña a sus hijos en este trance, en el que Dios parece ausente. Ella permanece firme en la Esperanza, junto al Discípulo Amado, fortaleciendo la fe, la confianza y la esperanza de todos sus hijos.

El duelo no tiene tiempo, pero tiene lugar y propósito: organizar tanto el mundo interior como el exterior, cuya razón de ser da un vuelco ante la ausencia de quien amamos. En este caso, tenemos la certeza de que quien amamos entregó su vida por nosotros, y que volverá para traernos vida eterna. Este duelo va a ser transformado en esperanza. 

Así, en este Sábado Santo, mientras reflexionamos sobre la muerte de Jesús y la profunda tristeza que embargó a sus seguidores, también encontramos consuelo en la presencia amorosa de María. En su compañía, encontramos la fortaleza para transformar nuestro duelo en esperanza y nuestra tristeza en un anhelo confiado de vida eterna.

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