Algo nerviosos y expectantes llegamos los jóvenes, de distintos puntos de España: Madrid, Navarra, Palencia, Vitoria, etc., al Centro Sociosanitario de las Hermanas Hospitalarias de Palencia.
Tras una acogida, tremendamente calurosa, comenzamos a pasear por aquel pasillo kilométrico; contemplando cómo cada persona que pasaba por nuestro lado, nos miraba y saludaba, con un amor difícil de encontrar en nuestro día a día. Parecía que lo que nos rodeaba esperaba algo de nosotros, algo mucho más grande de lo que podíamos imaginar.
Empezamos a conocernos, y pronto notamos cómo la Hospitalidad que queríamos vivir, fortalecía nuestro grupo; haciéndonos más humanos, más hospitalarios, por los valores que aquí se transmiten.
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Siendo conscientes, de que lo importante es servir y amar a Jesús, como decía el Padre Menni, nos dirigimos a las unidades en las que pasaríamos el resto de los días ayudando, sirviendo a los demás. Entregados a las personas más dependientes, descubrimos que en las pequeñas cosas se esconde lo más grande, se esconde Jesús. Sin saberlo, estábamos cada día más cerca de Aquel que tanto nos ama. Descubrirle en el rostro de cada enfermo no es fácil, conlleva ver desde el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos. Y esto, es algo que se hizo real en nuestras vidas. ¡Experimentamos a Cristo Resucitado junto a aquellas personas a las que tanto cariño cogimos!
Jesús, lavando los pies a sus discípulos
Un día, nos encontrábamos en las Residencias Benito Menni. No entendíamos por qué a alguna de las residentes que ahí estaban, se les caían continuamente las zapatillas. Con delicadeza, nos arrodillamos y comenzamos a ponérselas en sus pequeños pies. Una sensación inmensa recorrió nuestro interior y un pasaje del Evangelio vino a nuestra mente: Jesús, lavando los pies a sus discípulos. Ahí estábamos nosotros… habíamos conseguido servir desde el corazón, amar sin condiciones.
Paso a paso, acompañados de las oraciones que nos llenaban de fuerza, intentamos dar lo mejor de nosotros mismos. Poco a poco, nos dimos cuenta de que les necesitábamos a ellos, más que ellos a nosotros, pues nos habían cambiado la vida. La vida cambia, sí, y esta experiencia marca un antes y un después en la nuestra. Aprendimos a apreciar lo importante de la vida, a ser felices con lo que tenemos. Aprendimos que las miradas hablan por sí solas y los abrazos traspasan barreras. Aprendimos que sólo viviendo para los demás se puede vivir plenamente, que nadie es mejor ni peor, si no que todos somos hermanos. Aprendimos que cada persona guarda un inmenso tesoro en su corazón, que cada persona merece la pena.
Sólo podemos dar gracias a Dios por esta experiencia junto a las Hermanas Hospitalarias, en especial a Sor María José, que con tanto cariño nos ha guiado en este camino. Gracias a toda la familia hospitalaria del Centro Sociosanitario. Gracias también a cada residente, por ser quienes nos han acercado a Jesús, Buen Samaritano… ¡Ojalá, supieran lo importantes que son en este mundo, en nuestras jóvenes vidas!